Cuando Sebastián, un señor de buen hablar y de clase media termina de resolver un caso que ha provocado muchos problemas, decide volver a su tierra, el País Vasco. Quiere estar con sus familiares y amigos más tiempo y empezar una nueva vida, olvidando el oscuro acontecimiento que tuvo lugar en un pueblo abandonado cerca de París.
Sebastián vivía en un piso alquilado con su mujer y compañera de trabajo, llamada Alma. Su relación era muy pura y sana porque se compartían todo. El piso era grande y tenían mucho espacio para guardar objetos. Como los dos trabajaban en los mismos casos, usaban la habitación que sobraba para guardar toda la información sobre los casos más recientes que analizaban. Un sábado por la tarde, Alma, que estaba mirando enteradas para ir al cine, recibió un mensaje en el correo electrónico. En él decían tener información sobre el asesinato de un chico de unos veinte años cuyo caso se cerró hacía un año. En el veredicto se dijo que había asesinado por un vagabundo con una enfermedad mental que andaba pidiendo limosna por la calle. A Alma se le hizo muy curioso el mensaje y por eso decidió apuntar el número de teléfono. Decidió llamar a su marido pero saltaba el contestador, así que marcó el número sospechoso y llamó. Contestó una voz grave y no humana. Ella sabía perfectamente que no era una persona, cogió corriendo una grabadora que tenía en un cajón y empezó a grabar la conversación. El ser decía que se tenían que reunir a las ocho de esa misma tarde en un callejón lejos de la capital. Alma, mirando al reloj, se dio cuenta de que tenía el tiempo justo para llegar. Cogió el coche y se dirigió hacia el lugar indicado por su interlocutor, un pueblo poco habitado. Después de un tiempo decidió llamar en manos libres a su marido, pero seguía sin contestar, así que le dejó un mensaje en el buzón diciendo que se había ido ha hablar con la persona que le había dejado un mensaje en el correo. De mientras Sebastián, que acababa de llegar a casa, se sacó el móvil de la chaqueta y encontró un mensaje de voz de Alma. Decía que se encontraría con la persona que le había enviado un mensaje, pero como Sebastián no estaba seguro, decidió mirar el correo. Él no se creía el mensaje, así que miró por la casa haber si había alguna pista y se encontró con la grabadora en la mesa; le pareció curioso así que lo puso en marcha. Al terminar de escucharlo tampoco se sentía convencido. Preocupado, decidió coger su coche gris y espacioso para ir a buscar a su esposa. Al llegar al callejón oscuro que tenía algunas farolas largas que alumbraban lo justo para saber si había gente, salió del coche después de haberlo aparcado. Comenzó a mirar por los alrededores y se dio cuenta de que había tres policías a unos cien metros más o menos. Se acercaba cada vez más rápido hasta llegar al sitio. Los policías no lo dejaron acercarse pero él intuyó que algo estaba pasando. Al ver un cuerpo en el suelo con un disparo de pistola en la cabeza, se acercó aún más y al agacharse supo que era su mujer. Cogió su cabeza con las manos y empezó a llorar a mares. Se quedó en estado de shock. Los policías lo cogieron de los brazos y lo alejaron del cuerpo de su mujer. Después de un tiempo, decidió que quería volver a casa para quitarse las penas y el malestar que tenía. En la estación de trenes se compró dos billetes. Cogió su equipaje, entró en el último vagón y esperó a que el tren empezase a ponerse en marcha. Cuando éste lo hizo decidió levantarse y salir al balcón pequeño que había y subir las escaleras que lo llevaban al techo. Allí corrió hasta el primer vagón. Sacó del bolsillo los dos billetes que se había comprado anteriormente y los quemó con un mechero. Al terminar de hacerlo siguió sintiéndose con pena y soledad así que decidió dar un paso adelante y reencontrarse con ella.
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